La decisión de visitar EL DESIERTO DE LA TATACOA ya tenía
bastante tiempo de estar considerándola; en los primeros días de 2012 hicimos
unas llamadas a los números de celular que aparecen en la red sobre las
personas que brindan servicios a turistas en el desierto y muy temprano en la mañana, después de los
preparativos pertinentes, emprendimos el
viaje desde Bogotá hacia Neiva (Huila –Colombia) por una carretera en excelente
estado; cerca del medio día estábamos almorzando en dicha ciudad y
aproximadamente a la una de la tarde estábamos en Villavieja; después de
algunas preguntas a los residentes y de
constatar que los mapas de Google están ligeramente imprecisos, emprendimos la
entrada al desierto.
El primer sitio y puerta de entrada, es “el observatorio”,
sitio dirigido por el astrónomo Javier
Fernando Rúa, un hombre de baja estatura, amplia sonrisa, amabilidad desbordante y excelente memoria;
su profesión y experiencia como docente y conferencista le permiten exponer de forma asombrosa todo lo relacionado con constelaciones
y demás cuerpos celestes, además de manejar de forma muy paciente y respetuosa
algunos comentarios y comportamientos impertinentes por parte de los asistentes.
A partir de este sitio y a lado y lado de la carretera se aprecian
diversas formaciones caprichosas, hechas por el agua y el viento sobre un
terreno de coloraciones diversas; muchas de ellas nos permiten evocar
intrincadas estructuras laberínticas, altares, castillos, torres, hondonadas y
cañones; unas, bautizadas por residentes
y ajenos con nombres asociados a su forma
(la bota, el castillo, las torres gemelas) y otras, producto de los
mitos y leyendas de la región ( el paso de la señorita y el paso de la
culebra), entre otros.
Realmente el desierto de la tatacoa
no es muy grande, ni es de arena, como la concepción del término desierto; pero
tiene la suficiente magia y belleza para atraparnos. Es una zona semidesértica
(con predominancia de zonas áridas) con bastantes lunares de vegetación, y
arbustos nativos, como: cujíes, caguanejos, crucetos, pelás, diversas
variedades de cactus, cabezas de negro y otras plantas espinosas adaptadas a
las altas temperaturas y escasa disponibilidad de agua, (aprovechados por
manadas de chivos, quienes las usan como alimento). De tierras arcillosas y
franco arenosas (como “el Cuzco”) y
otras con rocas grisáceas (como “los hoyos y el valle de los xilópalos”). Tampoco
es tan seco como se espera, andando sus valles y hondonadas es común hallar
cavernas húmedas y pequeños nacimientos de agua que en invierno se van
juntando, rodando y horadando la roca gris, formando estrechos cañones, hasta
hallar zonas arcillosas donde son absorbidos o se pierden para aparecer metros más
adelante.
El recorrido por “el valle de los
xilópalos” lo hicimos en compañía de Alejandro
Niño, un adolescente de 12 años que conoce todas las historias y caminos,
lo que le permite actuar como guía y a
quien encontramos en uno de los parqueaderos; ¿Ya fueron al valle de los xilópalos?
– nos preguntó – con un acento muy opita, a pesar de estar allí solo tres años
por haber llegado de Cali. Nos citamos
para el siguiente día a las dos de la
tarde. Alejandro nos llevó por sitios donde nos enseñó heces fosilizadas de
dinosaurios, según él, y por difíciles y angostos cañones de aproximadamente 5
a 10 metros de alturas donde solo puede ir de una persona a la vez (“el paso de
la culebra y el paso de la señorita”), allí, el agua a erosionado el terreno y
expuesto a la luz en diversos sitios, grandes trozos de arboles petrificados
como una muestra de lo enormes que una vez fueron.
Sobre la zona más alejada del
desierto, de acuerdo a la ruta, están “los hoyos” y un poco más allá “la
portada del sol” con su magnífico “oasis”; estas
dos posadas, poseen la cúspide del asombro para un turista que viene de
sorpresa en sorpresa, disparando el flash de su cámara a todos lados con lo
impresionante del terreno; modelando en cada promontorio, caverna, torre o
laberinto; guardando el máximo de archivo fotográfico, con mi mismo temor, “
que las palabras no sean suficientes” .
En
“Los hoyos” aparecen abajo, en la profundidad de la hondonada de difícil
acceso y con escaleras hechas con llantas de carro; dos pequeñas piscinas para
uso del público, de aguas de color azul
grisáceo (como la roca de donde emanan),
una para adultos de 1,60 metros de profundidad y otra menos profunda,
para niños; hechas sobre la roca a punta
de pico y pala con la astucia de los nativos del desierto de la tatacoa,
acostumbrados a luchar con lo difícil,
estos, que encuentran agua y la conservan, porque así lo hicieron los padres de
sus padres, porque es la herencia que se niegan a perder, aun sin conocer mucho
sobre el calentamiento global, así han sido siempre.
En “la portada del sol y su oasis”, encontramos a Miguel Ángel González; un campesino, gente buena y humilde, Villaviejuno
de cincuenta y tantos años, poeta y compositor; él y su hermano no vacilan un
momento para sacar su guitarra e interpretar al turista temas de su autoría y
alusivos al desierto de la tatacoa, a sus mitos y leyendas, a sus viejos
habitantes y sus litigios por linderos; poemas que Miguel recita con el placer
y la satisfacción de aquel que siente que hace las cosas bien, porque le
gustan. “La portada del sol”, cerca “al valle
de los xilópalos”, propiedad de los González, herencia de sus
tatarabuelos; posee la mata de monte más grande del desierto, una posada con
baño privado y cocina; rodeada por monte
nativo que ofrece una frescura especial, donde todo es verde, sombreado, como
en otro mundo, otro clima de donde el turista no desea salir, tan increíble que
hay que verlo para saberlo verdad. Lucero, una hermana de la familia, nos lleva
a conocer su oasis, con el orgullo expresado
en el brillo de sus ojos claros, nos muestra las antiguas ceibas ( con más de 200 años),
cauchos, palmeras y matas de guadua de un amplio terreno donde se pueden
apreciar a simple vista iguanas, diversas aves y lagartijas, varios oscuros y
profundos manantiales de agua que son la base de sus sueños como futuros
empresarios del turismo y que la falta de dinero a truncado; además ostentan
con una sana vanidad, un cultivo de papayas que hay que regar cada día así sea
con un tarro de agua a cada árbol cuando no hay gasolina para las
motobombas,,, y todo esto en un desierto, a más de 35 grados Celsius, en un
sitio privilegiado para observar las estrellas,
donde hay que ir a aprender, a
hacer mucho con muy poco (el concepto de productividad que ellos manejan de
antaño).
Si desea ir al desierto de la
tatacoa y es amigo de la comodidad separe con anticipación una posada o cabaña.
De otro lado puede pasar las
noches en una carpa, escoja un buen
terreno abrigado del sol y el agua, si llueve, que la carpa no esté en el
camino de los pequeños arroyos que se forman o en terrenos fangosos;
preferiblemente hágalo con alguien que tenga experiencia en campismo, esto será
un garante de unas mejores noches en el desierto de la tatacoa.
PARA MAYOR INFORMACIÓN CONTACTE A
MIGUEL ÁNGEL GONZALEZ “LA PORTADA DEL SOL”.
MOVIL: 310 2503443 3125337665
ELABORÓ:
LUIS EDUARDO GUTIERREZ. BOGOTA ENERO 9 DE 2012
LOS TEXTOS
Y FOTOGRAFÍAS TIENEN LIBRE USO, RESPETANDO LA MENCIÓN DEL AUTOR
Que fotos tan bonitas!! ese sitio es fenomenal! me gustaria ir a visitarle!!!
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